Bienvenido al Territorio: Compartiendo historias con el movimiento alimentario australiano

Eric Holt-Giménez | 11.27.2018

Cada uno de nosotros tiene un tótem. Puede ser un animal o un árbol. No podemos comerlo y debemos cuidarlo para garantizar de que siempre estará con nosotros.”- Auntie Thelma

La anciana aborigen Auntie Thelma dio la tradicional bienvenida al estilo aborigen “Bienvenida al Territorio” a un grupo de académicos, agricultores y activistas

alimentarios que habían acudido a un evento celebrado en la Universidad Southern Cross para escuchar a un diverso grupo hablar en torno al tema “El nuevo ambientalismo: vincular la comida, el ambiente y el activismo político”.  Estaba por finalizar mi gira de dos semanas denominada “Comida para Reflexionar y Actuar”, organizada por la escritora y activista australiana Eva Perroni. Había sido un gran viaje, con una docena de eventos en Victoria, Queensland, ACT y New South Wales. Me reuní con permaculturistas, ambientalistas, agricultores orgánicos y convencionales, grupos comunitarios, académicos y periodistas, presentando pasajes del libro El Capitalismo También Entra por la Boca, “contando historias” e intercambiando estrategias.

“Construyendo Utopías Alimentarias”: Universidad de Sydney: Alana Mann, Eva Perroni, Joel Orchard, Eric Holt-Giménez.

Habíamos comenzado en Sydney con un taller sobre consejos de política alimentaria que duró todo el día: un panel matutino en la Universidad de Sydney con el Sydney Policy Lab, por la tarde seguido de una presentación titulada «Creando utopías alimentarias: voz, poder y representación» (Building Food Utopias: Voice, Power and Agency), celebrada en el Instituto Ambiental de Sydney, donde estuve en compañía de Eva, la Dr. Alana Mann de la Universidad de Sydney y el agricultor Joel Orchard, fundador de organización de apoyo a los jóvenes agricultores (Future Feeders).

Mi trabajo en estos eventos fue enmarcar la discusión mediante la descripción de cómo nuestro sistema alimentario y el capitalismo global coevolucionaron.  Argumenté que no podemos cambiar uno sin cambiar el otro y que estas grandes transformaciones estructurales requieren un movimiento alimentario potente dedicado a reconstruir la esfera pública y desmantelar el patriarcado, la supremacía blanca y la opresión de clases. ¡Esto generó intensos debates!

El viaje comenzó en Sydney, pero tomé conciencia de mi travesía en Canberra, la capital de Australia,  donde Eva y yo nos reunimos con el indómito agricultor y activista Michael Croft. Tras una explicación histórica del escenario de Canberra, Michael nos llevó a un evento de comida y debate organizado por “Slow Food” Canberra y Convivio Territorial. Estaba en un panel con Meg y Meg (dos mujeres locales que establecieron un bosque alimentario y lo gestionaron como un bien común), Charles Massy (versión australiana de Wendell Berry y autor del aclamado Call of the Reed Warbler) y Tyrone Bell, hombre Ngunawal y fundador de la Corporación Aborigen Thunderstone de Servicios de Gestión Cultural y Territorial (Thunderstone Cultural and Land Management Services Aboriginal Corporation). Tyrone nos dio la bienvenida al territorio y nos habló de plantas y paisajes indígenas. Él conocía el tema, pues su gente ha vivido en esta región por más de 21,000 años.

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Meg y Meg hablaron de la importancia de los Comunes en la transformación de los sistemas alimentarios. Charles Massy—un agricultor convencional que cambió a las prácticas ecológicas y regeneró 2000 acres (809 hectáreas) de tierras agrícolas—describió la destrucción y el declive de la agricultura industrial en Australia, y expuso el camino a seguir con la agricultura regenerativa.

Me impactaron sus perspectivas, complementarias pero muy diferentes a la vez, sobre la agricultura, la naturaleza y la sociedad. Acababa de empezar a leer Dark emu, del autor aborigen Bruce Pascoe. El libro destruye 200 años de supuestos occidentales sobre la vida aborigen en Australia precolonial. Los australianos originales no eran solo nómadas recolectores y cazadores que de forma oportunista recolectaban comida en el continente, sino agricultores de cereales y tubérculos, y pescadores con sistemas extensos de captura permanente en lagos y ríos.  El registro arqueológico no solo demuestra que fueron los primeros seres humanos en hornear pan hace unos 30,000 años (precediendo a los egipcios 15,000 años), sino que los primeros exploradores coloniales proporcionan extensas explicaciones sobre asentamientos grandes y permanentes, y mosaicos paisajísticos enormes, ricos en texturas y gestionados de manera intensiva con agricultura, pastos y bosques. Los pueblos nativos de Australia fueron los primeros agroecólogos del planeta.

Por supuesto, como Roxanne Dunbar ha plasmado en Una Historia de los Pueblos Indígenas de los Estados Unidos (An Indigenous People’s History of the United States), ocurrió el mismo tipo de negación colonial en Norteamérica. La tierra que se quiere robar debe describirse como desaprovechada y a sus habitantes como salvajes incultos. Se ignora el hecho de que las sociedades, los estilos de vida y las creencias espirituales de las Naciones Originarias están estrechamente entrelazados con el paisaje. Como la conquista de la naturaleza es sine qua non del mundo occidental para establecer la propiedad privada, el “nuevo” mundo se ve como una terra nullius: tierra salvaje y vacía que no está sujeta a ninguna ley pero sí al derecho de conquista. Las complejas ecologías sociales de las civilizaciones de las Naciones Originarias se eliminan a través del ecocidio y el genocidio, y posteriormente desaparecen al re-escribir la historia sin ellos. (La misma narrativa de vacío se utiliza actualmente en la apropiación de tierras por parte de las empresas). Sin embargo, a diferencia de Norteamérica, el panorama indígena de Australia—con su agricultura basada en tubérculos y cereales, densos bosques, enormes prados y prácticas de cacería y recolección altamente diversas—estaba finamente extendido sobre suelos pobres en nutrientes en un continente bastante seco. Como Charles Massy señala: “Teniendo uno de los suelos más pobre en nutrientes, peor estructurado, más frágil y más débil de la tierra, Australia terminó siendo una adaptación gloriosa y amplia de nuevas e intrigantes plantas y tipos animales. No obstante, esto también significó que el continente era un desastre que estaba por suceder si se aplicaban las tecnologías del uso de la tierra y visiones del mundo incorrectas.”

Más de sesenta mil años de hábitat humano solo resultó posible debido a una compleja evolución conjunta del paisaje y los pueblos aborígenes que acumularon constantemente la reserva continental de nutrientes en la biomasa extensamente manejada (suelo, plantas y animales). La colonización agrícola de los colonos blancos en el siglo XIX explotó estas reservas de nutrientes para el establecimiento de extensas granjas comerciales y ranchos para el ganado y la agricultura de exportación. Las ovejas y el ganado pastaron en exceso y comprimieron los suelos hasta dejarlos sin vida. El trigo secó los ríos. Los colonos usaron la roca de las presas aborígenes y los vertederos de peces para levantar cercas y viviendas, secando así los vastos tanques de temporada que almacenaban el agua de lluvia. La fiesta duró poco más de 200 años…

Hoy, la agricultura colonial está en crisis. El cambio climático está golpeando a los agricultores australianos. Los mercados globales los están devastando financieramente. Los productores de lácteos arrojan leche por los desagües en un último esfuerzo para aumentar los precios antes de ir a la quiebra. En la televisión, la campaña “Compra un fardo para un agricultor” está en plena marcha, mientras las ONGs intentan mantener a los productores ganaderos vivos durante la última sequía.

El libro de Charles Massy da testimonio de este desastre y del esfuerzo realizado por los agricultores, “ciudadanos alimentarios” (food citizens) y aborígenes por regenerar la agricultura y transformar el sistema alimentario. En Australia, las tradiciones, prácticas y políticas de los bienes comunes, la agroecología, la permacultura y la gestión del paisaje indígena están convergiendo en un amplio esfuerzo difundido para transformar no solo el sistema alimentario, sino también la sociedad. Lo vi expresado en todos los paneles en los cuales participé.

En la comunidad rural de Daylesford, nos reunimos en una bella casa teatro construida durante la fiebre del oro. Nuestras sillas se organizaron en un gran círculo alrededor de una ofrenda de dos plantas: zarzo plateado y manzana salvaje. Una de éstas es endógena de Australia, la otra una invasiva importación. Patrick Jones, un permacultor fuera de la red, nos invitó a reflexionar acerca de la problemática relación entre ambas especies previo a la apertura del panel de discusión. Rebeca Phillips, una orgullosa mujer Pangerang y Djaara, dio la Bienvenida al Territorio y habló sobre su lucha para apoyar el resurgimiento de la cultura indígena. Posteriormente habló David Holmgrem, quien junto a Bill Mollison, introdujo el mundo a la permacultura con la publicación de Permacultura Uno: Una Agricultura Perenne para los Asentamientos Humanos (Permaculture One: A Perennial Agriculture for Human Settlements) en 1978. David defendió firmemente el establecimiento de áreas comunes de permacultura en los suburbios, un lugar en el que identifica un gran potencial para construir autonomía del sistema alimentario industrial. (Véase su nuevo libro: Retroperiferia: Guía de Reducción para un Futuro Resistente [RetroSuburbia: the Downshifter’s Guide to a Resilient Future]).

Lo que experimenté en Canberra, Daylesford y en Lismore, es lo que la Vía Campesina ha denominado un diálogo de saberes. Literalmente, esto se refiere a nuestros esfuerzos por comunicarnos a través de las diferentes formas de conocimiento. Lo que me impactó en este diálogo fueron las diferencias entre los planteamientos europeos que concentraron su análisis en el manejo sostenible de granjas y manejo conjunto de bienes dentro de las comunidades, y el modo indígena de pertenecer irrevocablemente a la tierra.

En mayo del 2017, los Aborígenes e Isleños del Estrecho de Torres publicaron La Declaración de Uluru desde el Corazón (The Uluru Statement from the Heart), pidiendo voz en la Constitución de Australia y un proceso de resolución de conflicto, establecer paz y justicia entre ellos y el gobierno:

Nuestra soberanía es una noción espiritual: el vínculo ancestral entre la tierra, o “La Madre Naturaleza”, y los Aborígenes e Isleños del Estrecho de Torres, quienes nacieron allí, permanecen vinculados a ella y algún día deben regresar para unirse con nuestros ancestros. Este vínculo es la base de la propiedad sobre el suelo, o mejor, de la soberanía. Ésta nunca se ha cedido o extinguido, y coexiste con la soberanía de la corona.

¿Cómo podría ser de otra manera? Que los Aborígenes e Isleños del Estrecho de Torres hayan habitado una tierra durante sesenta mil años y este vínculo sagrado ¿desaparezca de la historia mundial en los últimos doscientos años?

El movimiento alimentario australiano está luchando con el trauma histórico y actual entre estas formas de conocimiento y de ser en el mundo, y la política sustentada en las inequidades históricas de su sistema alimentario. Muchos buscan un reconocimiento honesto de este trauma colectivo, así como un compromiso genuino con la inclusión de diferentes voces y conocimientos (incluyendo la de los inmigrantes recientes) cuándo se discute el futuro de la alimentación y la agricultura.

La dedicación y las dificultades de este diálogo me recordaron que casi todos los esfuerzos de Occidente por transformar el sistema alimentario tienen lugar en tierras indígenas ancestrales. Me vine con la sensación de que este compromiso podría informar a los movimientos sociales a nivel mundial, así como determinar el futuro del movimiento alimentario australiano.


Imagen de portada: Southern Cross University, Lismore, Nueva Gales del Sur: “El Nuevo Ambientalismo” con Aunty Thelma, Eric Holt-Gímenez, Joel Orchard, Eva Perroni, Ian Cohen.

Traducido por Renata Nayem e Iris María Blanco Gabás.