La gente se iba andando: Cómo Rufino Domínguez transformó nuestra manera de pensar acerca de la migración Parte I

David Bacon | 08.08.2019

Traducción por Rosalí Jurado y Alan Llanos Velázquez, Edición: Nancy Utley García y Luis Escala Rabadán.

Esta es la primera de tres partes de la publicación sobre la vida de Rufino Domínguez, organizador radical. Es parte de la serie Desmantelando el Racismo en el Sistema Alimentario de Food First. Este artículo originalmente fue escrito en inglés.

Puedes descargar la versión en PDF aquí.


Introducción

Es un gran placer para los miembros del Comité Central Binacional del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB), asentados en Oaxaca, Baja California y California, presentar a los lectores la historia de vida de uno de los fundadores de nuestra organización, titulada La gente se iba andando: cómo Rufino Domínguez transformó nuestra manera de pensar acerca de la migración, escrita por David Bacon, periodista independiente y aliado de muchos años del FIOB. Este esfuerzo editorial es una colaboración entre el propio FIOB y la organización Alimentación Primero/Instituto para la Política de Alimentación y Desarrollo (en inglés Food First/Institute for Food and Development Policy).

Nuestro movimiento y lucha por los derechos y la justicia de los pueblos originarios en México y por los derechos humanos y laborales de los indígenas migrantes en Baja California y en los Estados Unidos, ha sido construida a lo largo de muchos años, y en la que han participado muchas personas. “Una sola persona no crea un movimiento de lucha”, decía Rufino Domínguez cuando se sentaba a hablar con los campesinos en las orillas de los inmensos campos de cultivo donde organizaba sus reuniones improvisadas.

Sin embargo, entre los muchos activistas que han sido parte de nuestro movimiento, el compañero Rufino Domínguez ha sido uno de los más importantes. Para todos los que trabajamos cerca de él, ha sido un líder que nos ha inspirado con su disciplina, dedicación y amor por la lucha. Como lo apunta David Bacon en su escrito, Rufino comenzó su activismo desde muy joven y fue adaptando su lucha organizada en los diferentes contextos donde lo fue llevando su ruta migratoria: Culiacán, en Sinaloa; San Quintín, en Baja California; y el Valle Central, en California. Mucho antes de que se fundara nuestra organización, él ya estaba pensando en las diferentes maneras en que nuestros pueblos pudieran resistir los enormes retos y problemas que enfrentaba nuestra gente tanto en las comunidades de origen como en los puntos de destino de nuestra migración, forzada por la pobreza y la marginación.

La experiencia de vida propia de Rufino como mixteco, como indígena y como migrante jornalero le ayudó a formular propuestas organizativas con una visión muy amplia, ya que su objetivo siempre fue ser un actor político efectivo tanto en México como en los Estados Unidos. Y su meta no era nada modesta: luchar de manera transnacional por el derecho a no migrar y tener una vida digna en nuestras comunidades de origen; y al mismo tiempo luchar por la defensa de los derechos de los migrantes donde quiera que estuvieran.

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Tenemos la esperanza de que al publicar esta semblanza biográfica de Rufino Domínguez, muchos migrantes y nuestras hermanas y hermanos en nuestras comunidades de origen sepan más de las ideas que guiaron su lucha y se enteren de la historia de nuestra organización. Queremos que esta publicación se utilice por los comités locales en Oaxaca, Baja California y California para crear una conciencia política y fomentar la lucha de resistencia popular indígena que tanto se necesita en México y en los Estados Unidos.

También queremos que los aliados de nuestro movimiento conozcan de cerca a las personas que han hecho posible la consolidación de nuestras organizaciones y se enteren de las contribuciones políticas, ideológicas y organizativas de líderes como Rufino Domínguez, y así podamos desarrollar estrategias conjuntas que ayuden a construir un mundo mejor, con justicia y dignidad para todos, incluyendo a los pueblos originarios y a los jornaleros migrantes en ambos lados de esta conflictiva frontera entre los Estados Unidos y México.

“¡Nunca más un México sin nosotros!”

“Por el respeto a los derechos de los pueblos indígenas”

Por el Comité Central Binacional del FIOB


La gente se iba andando: Cómo Rufino Domínguez transformó nuestra manera de pensar acerca de la migración

Resulta irónico que llegado el momento de sepultar a Rufino Domínguez, su propia comunidad de San Miguel Cuevas le haya negado un espacio en el panteón. Posteriormente, los líderes comunales del pueblo accedieron, pero para entonces su cuerpo ya iba de Fresno, California hacia Paxtlahuaca, lugar que sería su último destino y ciudad natal de su esposa Oralia.

Podemos imaginar lo importante que hubiera resultado esto para Rufino, en virtud de su compromiso con la región mixteca de Oaxaca y la cultura indígena del lugar donde nació, elementos que guiaron el trabajo que desarrolló durante toda su vida. Sin embargo, Rufino desde hace tiempo había decidido atender las preocupaciones más amplias de los migrantes del sur de México, tales como las condiciones necesarias requeridas por su pueblo para conservar su estatus como buen ciudadano. Esa decisión le permitió reformar el pensamiento político de toda una generación de activistas migrantes en México y en Estados Unidos. Pero, a su vez, tuvo un costo muy alto.

Al igual que muchos pueblos indígenas oaxaqueños, San Miguel Cuevas mantiene su estructura social, política y económica a través del sistema de cargos o responsabilidades comunitarias. La obligación del “tequio” permite que la comunidad solicite trabajo a sus miembros. Esta regla resulta estricta en una época en la que muchos de sus residentes han migrado a miles de kilómetros de distancia, ya que si alguno de ellos es elegido, deberá regresar a su lugar de origen para cumplir con esta responsabilidad.

Rufino mismo reconoció el valor de esta tradición en una entrevista concedida para el libro Communities Without Borders (Comunidades sin fronteras): “Usamos el tequio, el concepto de trabajo colectivo para apoyar a nuestra comunidad. Nos conocemos y podemos trabajar juntos. Por ejemplo, cuando una comunidad se reúne para construir una escuela, el gobierno no envía trabajadores a recoger piedras o arena para la construcción. La gente de la comunidad lo hace, cargando por turnos cinco rocas o una bolsa de arena. Todo el pueblo está obligado a ayudar, y si la gente no lo hace, la consecuencia puede ser desde una multa hasta la cárcel.

“A donde sea que vayamos, vamos unidos. De tal manera que cuando hablo, no lo hago sólo por mí, sino por todos. A nuestra gente en Oaxaca no le importa si hemos estado aquí por 10 años. Nos envían avisos diciéndonos ‘Rufino, tienes que regresar para servir a la comunidad como secretario, para ser concejal o presidente’. La ley mexicana no reconoce que nosotros, aun viviendo aquí [en EE. UU.] tenemos derechos y obligaciones políticas en nuestras comunidades de origen, pero sí las tenemos.”

La pasión con la que Rufino defendía el tequio con la finalidad de demostrar al resto del mundo el valor de la cultura indígena oaxaqueña fue un sello característico de su trayectoria de toda la vida. Sin embargo, esta no fue su principal contribución a la política de migración.

El sentido de responsabilidad de Rufino Domínguez iba más allá del sistema de cargos de San Miguel Cuevas. Había heredado las ideas políticas de la izquierda mexicana y las combinó con las tradiciones y la cultura indígena que se desarrolló en Oaxaca mucho antes de la llegada de los europeos. Analizó las raíces de la actual migración forzosa masiva. Reconfiguró la forma de ver a las comunidades de migrantes al resaltar su importancia en la economía y política de los lugares de origen como Oaxaca, así como de los lugares de destino en el norte de México y en Estados Unidos. Y para ello, promovió la formación de organizaciones que reflejaran esta realidad social, y que funcionaran como vías para que las comunidades de migrantes alcanzaran la autoconciencia y la voluntad de luchar por el poder.

1968, la Guerra Sucia y la CIOAC

Estudiantes honran a los héroes de la Masacre de 1968 en la Ciudad de México. Foto, David Bacon, 2019

La generación de Rufino fue la siguiente a la de los veteranos de 1968, cuya formación política provenía de la experiencia de la represión por parte del ejército mexicano contra un movimiento estudiantil cada vez más radical, y que culminó en el peor crimen político de la historia del México contemporáneo. Cuando los estudiantes se reunieron al anochecer en la Plaza Tlatelolco de la Ciudad de México, unos días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de 1968, los soldados abrieron fuego. Cientos murieron. Cientos más fueron enviados a prisión.

En 1972, cuatro años después de la masacre de Tlatelolco, los estudiantes y los grupos políticos de izquierda trataron de poner fin a la pesadilla marchando por el Centro Histórico de la capital. De nueva cuenta, los activistas se retiraron de las calles cubiertos de sangre ante el ataque de los Halcones, un grupo paramilitar del gobierno. Para mantener el control durante las décadas de 1960 y 1970, el gobierno y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) organizaron una ola de represión: la llamada Guerra Sucia. Los activistas de los movimientos sociales desaparecieron y fueron asesinados, muchos de los cuales aún se desconocen sus nombres o nunca fueron reconocidos.

Aunque la gran oleada migratoria desde Oaxaca hacia Estados Unidos aún estaba a una década de la Guerra Sucia, en los estados del centro de México como Michoacán, Zacatecas y Jalisco, los campesinos habían comenzado una emigración masiva, desplazados por la pobreza. Sus pueblos se quedaron sin gente en edad de trabajar, permaneciendo solamente los muy jóvenes y los muy viejos. Los refugiados políticos de la Guerra Sucia se unieron a los migrantes en el camino hacia el norte. Pronto, los asentamientos de migrantes mexicanos en Los Ángeles, en el área de la Bahía y en otros lugares de la costa oeste, dieron impulso ideológico y energético al creciente movimiento chicano.

Esta combinación no fue accidental. Los grupos de izquierda en México, especialmente el Partido Comunista Mexicano (PCM), habían comenzado a enviar miembros al norte, ya que estaban convencidos de que las comunidades mexicanas en expansión en Estados Unidos podrían ser una fuente natural de apoyo para el movimiento en sus lugares de origen. El líder sindical Humberto Camacho, del United Electrical Workers de los Ángeles, recibió a los refugiados y les dio trabajo como organizadores. Los migrantes políticos formaron otras organizaciones con trabajadores indocumentados, tales como la Hermandad General de Trabajadores (General Brotherhood of Workers) y posteriormente la Asociación de Trabajadores Inmigrantes de California (California Immigrant Workers Association). Esta poderosa combinación, que incluía a activistas radicales provenientes de las guerras civiles de América Central, tuvo un profundo impacto en California, especialmente en la política de Los Ángeles. Durante las siguientes dos décadas, la región transitó de ciudadela de mano de obra barata a fortaleza laboral, y que puso fin al control del Partido Republicano.

Al sur de la frontera, esta ola de migrantes también suministró mano de obra para las maquiladoras de Tijuana. Al poco tiempo, en Solidev y en otras fábricas comenzaron a realizarse huelgas para ganar el reconocimiento de los sindicatos independientes. La ayuda empezó a fluir desde el sur de California a través de la frontera. Militantes miembros del PCM en Baja California, como Blas Manríquez, comenzaron a considerar esta creciente población de migrantes del sur como una base para el cambio político.

Rufino Domínguez nació el 4 de septiembre de 1965, tenía sólo 3 años cuando los soldados reprimieron a los estudiantes en la Ciudad de México y aun era un niño durante los años de la Guerra Sucia. En diversos aspectos, San Miguel Cuevas todavía era un pueblo en los márgenes de la sociedad mexicana. En la década de 1960 la electricidad todavía no había llegado a sus hogares. Décadas después las calles se pavimentarían, la iglesia se arreglaría y se realizarían otras mejoras, todas pagadas con remesas enviadas a casa por sanmigueleños que trabajaban en el norte. Pero durante los primeros años de Rufino, las velas seguían siendo la única luz en la noche.

“Antes de que yo naciera, mi madre y mi padre se iban a trabajar a Veracruz, a la caña de azúcar”, recordó. “La gente no tenía autos, así que se iban andando, como solían decir. No sé qué tan lejos estaba, pero mi papá contaba los días necesarios para llegar allí. Después, cuando nací, lograron una mejor estabilidad en el pueblo y ya no se iban.

“Plantábamos maíz y frijol, y teníamos árboles frutales. Mi padre, Primo Domínguez Tapia, era carpintero, artista y curandero, y trataba las enfermedades de las personas”. Bonnie Bade, una antropóloga de California, estudió con Primo Domínguez. Ella recuerda que “documentamos los nombres y usos de plantas medicinales, y de antiguos métodos de diagnóstico y tratamientos medicinales, así como los conceptos subyacentes de la enfermedad y la salud en la medicina mixteca”.

“Aunque San Miguel Cuevas tenía una escuela primaria, continuar en la escuela secundaria significaba trasladarse a Santiago Juxtlahuaca, que era el pueblo más cercano. Rufino fue seleccionado por los hermanos maristas, una orden religiosa que dirigía un internado basado en las ideas de la teología de la liberación y la opción preferencial por los pobres. “Ellos eran como los jesuitas”, explicó Rufino. “Me mostraron muchas cosas sobre la vida, sobre nuestras comunidades. Ahí es donde comenzó mi conciencia social. Tenían una vida hermosa, pero no se podían casar ni podían organizar, y eso era algo que ya me apasionaba. Para ese entonces, yo ya había aprendido que, si hay un problema, es importante organizar a la gente para resolverlo. Los hermanos hablaban sobre la necesidad de luchar por la justicia, pero solo hablaban y no lo hacían”.

Manifestación de Campesinos por reforma agraria en la Ciudad de México. Foto, David Bacon, 2019.

A finales de 1970, México presentaba múltiples desafíos políticos para el PRI, especialmente en los estados rurales del sur: Chiapas, Guerrero y Oaxaca. A veces los miembros radicales de la iglesia y los activistas de izquierda se encontraban del mismo lado. En su libro Movimientos populares en autocracias: religión, represión y acción colectiva en México, Guillermo Trejo señala que: “A diferencia de las luchas de los años 60 y 70, en las que las comunidades indígenas rurales independientes solicitaron tierras sin asistencia institucional de actores externos, a fines de la década de 1970 la Iglesia Católica y el Partido Comunista Mexicano se convirtieron en grandes promotores y avales de movimientos indígenas rurales [que condujeron a] importantes movimientos colectivos para la redistribución de la tierra”.

Aunque la Guerra Sucia había llevado a la clandestinidad a la mayoría de las actividades políticas urbanas, la pobreza y el hambre en las comunidades rurales continuaron provocando rebeliones, a menudo dirigidas por organizadores de izquierda. De 1965 a 1975, Ramón Danzós Palomino organizó invasiones de tierras y campañas para implementar la reforma agraria a través de la Central Campesina Independiente. Posteriormente, en 1975, se separó para fundar la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC). Ambas organizaciones estaban estrechamente vinculadas al PCM, del cual también era un líder.

La CIOAC tuvo carácter indígena desde sus inicios. En Chiapas fue organizada por Margarito Ruiz Hernández, un campesino tojolab’al del Ejido Plan de Ayala. Antonio Hernández Cruz, activista de la CIOAC en Chiapas, señala en el libro de Trejo que “la construcción de la autonomía tojolab’al … se remonta a diferentes formas encontradas en la década de 1970, ya sean sindicatos de ejidos o la CIOAC”.

La organización rural de la izquierda incluía el reclutamiento de docentes. Históricamente, ya desde la Revolución Mexicana de 1910-1920, los maestros rurales a menudo eran también líderes comunitarios. Generalmente se opusieron al clericalismo de la iglesia y defendieron la reforma agraria. En 1934, durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, la Constitución Mexicana fue modificada para establecer que: “La educación del Estado será de carácter socialista”. Muchos comunistas y activistas radicales trabajaron para la Secretaría de Educación Pública.

Posteriormente, durante la Guerra Fría y posteriormente la Guerra Sucia, los líderes de derecha del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), el sindicato más grande de América Latina, purgaron el sindicato de educadores de izquierda. Sin embargo, cuando Luis Echeverría, -que fue el funcionario que había dado la orden de disparar en Tlatelolco- se convirtió en presidente, buscó suavizar la dura imagen del gobierno (y la de él mismo). Se eliminó la política oficial de México que desalentaba el aprendizaje en lengua indígena en las escuelas, y una nueva ola de maestros bilingües comenzó a trabajar en las áreas rurales.

Trejo comenta que la organización rural estaba ligada al “reclutamiento de maestros indígenas bilingües capacitados por el Estado, junto con líderes locales…cuidadosamente seleccionados y formados enviándolos a la Ciudad de México y al exterior, incluyendo lugares como Cuba, Nicaragua y la ex Unión Soviética.” Muchos de estos maestros disidentes, incluidos los comunistas, organizaron una sección de izquierda dentro del sindicato, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). En la década de 1980 ya habían ganado el control de los sindicatos estatales en Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Michoacán. En esta sangrienta lucha, más de 100 maestros fueron asesinados tan sólo en Oaxaca.

Finalmente, el presidente Echeverría eliminó el estatus ilegal del PCM y de otros partidos de izquierda. En el año 1976, cuatro de ellos se unieron en una coalición para apoyar al líder del sindicato ferrocarrilero Valentín Campa a la presidencia.

El nacimiento de Rufino como activista en Oaxaca y Baja California

En 1980, en medio de la efervescencia política, Rufino Domínguez entró a la preparatoria en Tlaxiaco, que orientaba a los estudiantes hacia las Normales de Oaxaca, que son las escuelas para la formación de maestros. De acuerdo con Gaspar Rivera-Salgado, un profesor de origen mixteco de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), quien trabajó con él por muchos años, “Rufino encontró un ambiente tradicional de izquierda en esta prepa, dirigida por las Normales. Él estuvo allí sólo por seis meses porque la escuela se puso en huelga y los estudiantes la cerraron. Él solía bromear diciendo que si no fuera por eso, él habría sido maestro. Aun así, fue elegido presidente de la asociación de estudiantes”.

Laura Velasco, investigadora de El Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, entrevistó a Rufino muchas veces para sus libros sobre la diáspora oaxaqueña. “Rufino me decía que él era un militante en el PCM cuando tenía 16 años. Es allí donde él adquirió su visión de clase en la que los indígenas y migrantes son explotados económicamente”. Rufino obtuvo una parte de esa formación ideológica a través de Ernestino Sixto Chávez, un maestro radical que era dueño de una pequeña tienda reparadora de radios y televisiones en Juxtlahuaca.

En la década de 1980, el PCM ganó sus primeras victorias electorales – las presidencias municipales de los pequeños pueblos de Alcozauca de Guerrero, en el estado de Guerrrero, y Tlacolulita y Magdalena Ocotlán, en el estado de Oaxaca. Al año siguiente, la Coalición Obrera, Campesina y Estudiantil del Istmo (COCEI) ganó el control del gobierno municipal de Juchitán de Zaragoza, una de las ciudades más importantes de Oaxaca. Para entonces, el PCM se había unido con otras organizaciones de izquierda para formar un nuevo partido, el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). En el nuevo concejo municipal de Juchitán, el PSUM llegó a ocupar dos puestos.

La victoria de la COCEI tuvo un profundo efecto en la izquierda en México. El nuevo gobierno promovió programas de alfabetización para un pueblo en el que el 80 por ciento de las personas no podía leer, combatió la corrupción en la policía, reparó los caminos y el mercado municipal, y construyó nuevas clínicas. Rivera-Salgado comentó al respecto: “En esos años la COCEI era muy fuerte en Oaxaca”. Y añadió: “Ahí Rufino empezó a tratar de adaptar las ideas tradicionalmente radicales de la izquierda mexicana, incluyendo las ideas de Marx, a las necesidades de la gente indígena”.

San Miguel Cuevas. Foto, David Bacon, 2019.

“La COCEI mantenía sus reuniones en zapoteco, aunque ellos aún no tenían una palabra que definiera la lucha de clases en zapoteco. No obstante, la gente siempre ha sido muy orgullosa de quienes son. Durante esta época, el PSUM llegó a ser un partido legal, y Rufino era parte de él. Pero debido a la huelga, perdió su beca y no podía sobrevivir sin este recurso, por lo que tuvo que regresarse a su comunidad y empezó a luchar para eliminar al cacique”.

Ese cacique era Gregorio Platón, el encargado de la propiedad comunal en San Miguel Cuevas. Esa posición le brindó el control sobre las tierras comunales y le permitió multar a los residentes del pueblo que hubieran salido a buscar trabajo en otros lugares, con multas de hasta 15,000 pesos. Rufino comentaba que “quienes no pagaban eran mandados a la cárcel o amenazados con ser expulsados del pueblo. Este cacique mandó quemar cinco casas y mató a tres personas, incluyendo a un amigo. Por eso yo hice algo, porque a mí me dolió. Después de dos años, logramos sacarlo de ahí”.

El 30 de octubre de 1983, Rufino y sus compañeros activistas organizaron una toma del palacio municipal pero fueron enfrentados por Platón y sus simpatizantes, quienes estaban armados. Fueron arrinconados en el edificio, donde fueron torturados por cuatro horas. El padre de Rufino reunió a los residentes de la ciudad y todos marcharon hacia el recinto. “Fuimos rescatados por el pueblo – de otra manera hoy no estaríamos vivos”, cuenta Rufino. “Fue allí donde mi lucha comenzó verdaderamente”.

Rufino se había casado recientemente, y para él vivir en Oaxaca era peligroso. Por ello, se marchó al norte con su esposa. Primero, se dirigieron hacia Sinaloa, donde miles de migrantes oaxaqueños son parte de la mano de obra en enormes plantaciones de tomate y fresa para el mercado estadounidense. El PSUM y la CIOAC ya habían enviado organizadores para luchar por un cambio en las malas condiciones laborales de la agricultura mexicana.

Los mercados de exportación de Sinaloa y Baja California eran y son las plantaciones – campos inmensos del tipo de la agricultura industrial que existe en los Valles de San Joaquín y Salinas en California. Las plantaciones agroexportadoras fueron el resultado del cambio en el desarrollo económico de México ocurrido en los años posteriores a Tlatelolco.

A comienzos de la década de 1970, una generación de tecnócratas pertenecientes al PRI empezó a reducir el sector estatal y a modificar la dirección de la economía nacional de México. Comenzando con el Programa de Industrialización Fronteriza de 1964, los obstáculos a la inversión extranjera fueron eliminados en una serie de “reformas” económicas. Inicialmente, empresas de dueños extranjeros – maquiladoras – comenzaron a operar cerca de la frontera, utilizando mano de obra barata con producción para el mercado estadounidense. Eventualmente, las restricciones geográficas fueron eliminadas y las maquiladoras se esparcieron por todo México.

LA creciente deuda extranjera con Estados Unidos y los bancos europeos se convirtió en una forma de presión para establecer un modelo de desarrollo neoliberal. En lugar de una economía que produjera para los consumidores mexicanos, quienes podrían haber consumido lo que se producía con base en sus trabajos e ingresos, se favoreció la inversión extranjera en empresas que producían para los mercados extranjeros (especialmente el de Estados Unidos). Esto motivó al gobierno mexicano para mantener los salarios lo suficientemente bajos con el fin de atraer inversión, y mantener así los productos mexicanos a bajos precios en Estados Unidos.

Las consecuencias para la población indígena en el sur de México fueron enormes. Cualquier compromiso del gobierno de mantener altos los precios agrícolas fue gradualmente suprimido (y luego totalmente abandonado con el Acuerdo de Libre Comercio). Una vez que las personas no pudieron vender lo que cosechaban por un precio que cubriera los costos, buscaron alternativas a la agricultura en sus comunidades locales, lo que los condujo a emigrar. Al ser desplazados por la crisis económica, la fuerza laboral barata y móvil se incrementó.

Los campos agrícolas más grandes se desarrollaron en la década de 1970 en Sinaloa, Sonora y Baja California, y eran como las maquiladoras en la medida en que producían para los mercados extranjeros y requerían de la misma mano de obra barata. Pero dichos campos estaban ubicados en áreas de baja población. Los productores, que a menudo eran asociaciones de propietarios mexicanos de tierras e inversionistas estadounidenses, requerían una fuerza laboral mucho más grande que la de las poblaciones locales.

La migración relativamente pequeña del tiempo en el que el padre de Rufino se iba caminando a Veracruz sufrió una transformación. Los contratistas iban a los pueblos oaxaqueños y llenaban trenes y autobuses con miles de personas que no tenían cómo ganarse la vida. “Las condiciones de vida en México estaban en su peor momento”, comentaba Rufino, “por esa razón, muchas familias venían con sus esposas y hasta con sus hijos en ese tiempo. Eso nunca se había visto”.

Jorge y Margarita Girón dejaron Santa María Tindú en Oaxaca para trabajar en Sinaloa a finales de los años 1970. Jorge comentaba: “Nosotros vivíamos en los campos de trabajo que estaban hechos de láminas de acero. Durante la época de calor, era insoportable. El tejado era frágil y cuando llovía todo se mojaba. Nosotros poníamos todo sobre la mesa para evitar que el agua se llevara nuestras cosas, pues se llevaba hasta las ollas y los sartenes. En la mañana nos juntábamos alrededor del capataz y nos daba unas cubetas para recoger tomates. Cuando los campos eran irrigados, nos quitábamos los zapatos y trabajábamos descalzos aunque nos estuviéramos congelando. Aquello nos ponía muy enfermos, pero no teníamos botas de hule. Trabajábamos desde que amanecía hasta que anochecía. La luz de la vela era nuestra única manera de alumbrarnos. Los pueblos y ciudades estaban muy alejados. Sólo podíamos ir allí los domingos, pues en los campos nos ofrecían de todo. Y había una tienda en la que nos daban comida a crédito. Los sábados nos pagaban, y entonces pagábamos nuestras deudas”.

Al recordar la vida en el campo, su esposa Margarita comenta que “cuando querías ir al baño, tenías que hacerlo en público porque no había dónde. Te ibas detrás de un árbol o a un prado elevado y te ponías en cuclillas. La gente se bañaba río arriba mientras otros lavaban sus ropas y hasta bebían del agua río abajo. Por eso muchos terminaban con diarrea y vómito. Otros se ahogaban en el río, el cual era muy profundo. Las paredes en el campo estaban hechas de cartón, así que se podía ver a otras familias a través de los agujeros. En los campos no se podía ser exigente”.

A comienzos de los años 80, estudiantes de la Universidad de Sinaloa, en Culiacán, visitaron los campos. La CIOAC envió a organizadores como Benito García, un mixteco de San Juan Mixtepec, desde Oaxaca. Juntos llegaron a organizar huelgas. Jorge Girón señala que “cuando los estudiantes venían, dejábamos de trabajar y dejábamos los campos. Luego la policía venía y se llevaba a los estudiantes”. Y agrega: “Nosotros queríamos tener derechos como trabajadores, mejores salarios y trabajos, mejores viviendas, agua potable y transporte para ir y regresar del trabajo. Con el tiempo, los dueños empezaron a recortar la jornada de trabajo a ocho horas, y cuando nos pedían trabajar horas extra nos pagaban doble. Antes, si nosotros trabajábamos 10 u 11 horas, nos pagaban el mínimo. Después de ese movimiento, las cosas mejoraron”.

Isabel Zaragoza y su hija Lagoberta. Foto, David Bacon, 2019

Rufino conoció a los organizadores de la CIOAC, especialmente a Benito García: “Yo vi mucha discriminación hacia la gente de origen indígena,” comentaba, “los jefes les gritaban: “tú, burro, pónte a trabajar…”. Así que empecé a organizar a la gente de mi pueblo que estaba trabajando allí. Ellos me pedían realizar una reunión para hablar acerca de lo que había ocurrido [con Gregorio Platón] en San Miguel Cuevas y lo que yo había hecho. Entonces, decidimos crear una organización por fuera de los partidos políticos, la Organización del Pueblo Explotado y Oprimido (OPEO), con la ayuda de la CIOAC. Benito nos ayudó a crear un símbolo para la organización e imprimió nuestro boletín. A cambio, nosotros apoyamos las marchas y huelgas que organizaban. Yo trabajé con él muy de cerca”.

Velasco comenta que en la OPEO, Rufino veía a la gente que él organizaba de dos maneras: “Ellos eran oprimidos porque eran de origen indígena, y eran explotados como trabajadores”. Y agrega: “Él no lo llamó un frente político o una coalición de otras organizaciones, sino una organización que pertenecía al pueblo mismo”.

Esta organización era nueva y única también de otras formas. Migrantes indígenas dirigían la OPEO de acuerdo a las normas y los principios que ellos mismos habían adoptado. No tenían personal pagado – ni en México ni en Estados Unidos. Su propósito era luchar contra las injusticias perpetradas hacia la gente migrante en las regiones donde trabajaban y vivían, así como lidiar con los problemas que ocurrían en San Miguel Cuevas.

Era nueva también en el sentido de lo que no era. Si bien formaba parte de la izquierda y trabajaba con organizaciones izquierdistas, no era la creación de un partido político de izquierda. Y aunque organizaba a los trabajadores para luchar e incluso para hacer huelgas por mejores salarios y condiciones laborales, no era un sindicato.

“En esta forma de pensar, vemos la mezcla de tres grandes ideas”, comenta Rivera- Salgado. “De los maristas, obtuvo las ideas de la teología de la liberación y la opción preferencial por los pobres. Puedes ver esas ideas en la manera en la que Rufino creía que uno tiene que dedicar su vida a sus ideales. De la izquierda tradicional, él retomó la explotación basada en la clase social y reconoció la necesidad de resistencia social organizada en respuesta a esa explotación. Y de su propia comunidad, retomó las ideas sobre identidad, obligación y responsabilidad, y la toma de decisiones colectiva”.

Rufino se enfocó en las cuestiones relativas a la identidad indígena debido a sus experiencias en Sinaloa y Baja California. En su historia oral para Communities Without Borders, amplía al respecto: “Cuando yo era más chico, no sabía lo que era ser mixteco, no sabía realmente por qué me llamaban mixteco. Yo no sabía apreciar quién era yo, cómo hablaba o lo que tenía. No sabía lo que significaba ser indígena. Cuando fui a la preparatoria en Juxtlahuaca, lejos del pueblo donde había crecido, las muchachas se reían de mí y me sentía avergonzado. Yo me decía a mí mismo, ‘Voy a parar de hablar mixteco porque ellas se burlan de mí. Voy a parar de caminar junto a mi mamá porque ella usa ropas tradicionales´. Muchos de nosotros dejamos de hablar nuestra lengua y negamos ser de origen indígena. No fue nuestra culpa. Fue el racismo de los mestizos hacia los indígenas y la falta de educación.

Marcial Sayas Flores, campesino minusválido que vive en el campamento del área laboral en Vicente Guerrero en el valle San Quintín. Foto, David Bacon, 2019

“Comenzamos a entender esto en Sinaloa, y cuando yo llegué a Baja California, lo seguimos viviendo porque la gente nos llamaba oaxaquitos, o oaxacos, o indios. Nos decían que éramos ignorantes, y yo noté que me estaban haciendo sentir diferente a los demás. Durante ese tiempo me sentía asustado. En ese entonces no se hablaba mucho sobre los movimientos indígenas. Estábamos muy aislados. No estábamos en los medios. Prácticamente no existíamos en ese tiempo. Además, [durante nuestras huelgas] se nos acusaba de estar vinculados con el FMLN de El Salvador, y que estábamos manipulados por los comandantes de América Central. Los dueños incluso decían que éramos extranjeros. Nosotros les decíamos: “¿Cómo vamos a ser extranjeros si somos de Oaxaca, que está en nuestro país?”

“Ahora hablo mi propia lengua entre la gente y no me siento avergonzado. Soy un ser humano como todos los demás. Conozco mi identidad y estoy orgulloso de ella. Yo sé que soy un mixteco, o ‘Nusami’ como decimos en nuestro idioma, y que todos somos importantes. Aprecio quién soy. Si alguien me llama nativo, o oaxaquito, o oaxaco, yo respondo: ‘No diga eso, yo soy oaxaqueño y un ser humano, al igual que usted’”.

En 1984, Rufino cruzó el Golfo de California hacia el Valle de San Quintín de la península de Baja California. Allí se topó con condiciones que eran igual de malas. Comentaba lo siguiente: “Le envié una carta a Benito para que viniera, porque habían muchos problemas. Y él vino”.

De acuerdo con el activista de derechos humanos Victor Clark (referido en el libro De jornaleros a colonos, de Laura Velasco, Christian Zlolniski y Marie Laure-Coubés), el periódico mexicano Zeta publicó varios reportajes de personas viviendo bajo los árboles o haciendo sus propias chozas con paletas de carga u otro material desechado de los ranchos. Después de las quejas presentadas ante el gobierno estatal, los productores construyeron los primeros campos de trabajo, pero según el dirigente Blas Manríquez del PSUM, “los capataces y supervisores estaban armados y no permitían la entrada a extraños, para evitar a los agitadores”. La represión y la violencia se pusieron peor, por lo que la CIOAC solicitó al gobernador desarmar a los guardias.

Natalia Bautista, quien se enamoró de Benito y eventualmente se casó con él, recuerda que su padre usó su casa para las juntas porque todos ellos venían de San Juan Mixtepec. Ella comentaba al respecto: “Ellos organizaban trabajadores en varios de los campos, preparaban carteles y mantas, y hasta planeaban una gran marcha. Mucha gente vino de Ensenada y Tijuana a la casa. Ahora de más edad, me doy cuenta que la mayoría eran del PSUM.

“El día de la marcha, nadie trabajó. La huelga era enorme y se expandió a través de Vicente Guerrero [una comunidad en el Valle de San Quintín]. En los campos de trabajo, todos los trabajadores se pusieron de acuerdo para que nadie fuese a trabajar, y si alguien lo hacía, le aventaban tomates hasta que paraban de trabajar. Estaban pidiendo un incremento salarial, mejores tratos por parte de los capataces, un periodo fijo para el almuerzo y cubetas que no fueran tan pesadas. Con la huelga se lograron obtener salarios más altos y transporte para los trabajadores. Antes de eso, los trabajadores eran transportados en grandes camiones con contenedores de tomate. Después de la huelga, los trabajadores ya fueron transportados en autobuses.

“El partido político se estableció firmemente entre los trabajadores después de la huelga y apoyó al sindicato. Si había un paro de trabajo, el partido estaba allí brindando ayuda. Los dirigentes hablaban con los trabajadores acerca de las luchas en otros lugares del mundo. Hablaban de cambiar el sistema y establecer un gobierno nuevo y diferente. Yo imaginaba que eso sería un lugar maravilloso. Y aún estamos esperando llegar a ese lugar”.

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